
“Remember how, back in 1990, if you used a cellphone in public you looked like a total asshole? We're all assholes now.”— Douglas Coupland, JPod
La semana pasada estuvo extraña.
En la tarde del miércoles Meta volvió a ser Facebook – al menos mirando su valor bursátil - gracias a la tozudez supina de su fundador; más tarde, ese mismo día, Elon Musk entraba al lobby de 1355 Market Street — las oficinas corporativas de Twitter - cargando un lavamanos. “Let that sink in!”, twitteó, acompañado de un video donde se le veía en el lobby de la compañía que compró por USD$44.000 millones.
Entering Twitter HQ – let that sink in!
— Elon Musk (@elonmusk)
Oct 26, 2022
En un mundo irreal, del que tuvimos algunas luces el jueves en la tarde con una avalancha de epítetos racistas y antisemitas, quienes levantan las banderas de la “libre expresión” celebraron en la plataforma las primeras horas de la administración Musk — entre ellas, una diputada de ultraderecha chilena que compartió en la red social que su nuevo dueño despidió a la vicepresidenta de políticas públicas de la compañía por haber sacado a Donald Trump de la plataforma. “El mundo es mejor con Elon Musk!”, escribió.
Pero en el mundo real las cosas no se ven tan bien.
Llevo meses tratando de descifrar qué implica en realidad que Musk sea el dueño de Twitter, una plataforma que uso desde que arrancó en 2007 y de cuya evolución he sido testigo en primera persona. En la red social del pajarito lo he visto casi todo: pasó de ser la versión 2.0 de las comunidades digitales primigenias y la actual cozy web, a ser una cámara de eco para visiones polarizadas y radicales amplificadas por los medios de comunicación, que tienen una relación de consumo adictivo con ella y sus usuarios, generando así ciclos de desinformación tóxica que afectan a sociedades completas.
Ese es, puntualmente, el caso de Latinoamérica y Brasil; es cosa de recordar la desinformación generada en Twitter durante los plebiscitos constitucionales en Chile en 2022 y en la antesala de la segunda vuelta presidencial brasileña. Nuestra realidad — caracterizada por la inexistencia en la práctica de la moderación efectiva de contenidos, a nivel de software y humano - es un canapé de lo que le espera a la plataforma bajo su nuevo dueño y autoproclamado CEO a nivel global.
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Por eso que Elon haya considerado cortar al 75% de la planta de Twitter — para luego negarlo ante sus futuros empleados, y encargarse junto a su petit comité de preparar durante el fin de semana los despidos masivos que alcanzarían entre el 25% y el 50% de la planta de 7.500 personas con fecha límite mañana martes 1 de noviembre - es una decisión con múltiples aristas económicas y geopolíticas. Un ejemplo, sin ir más lejos, Elon se reunió en mayo con Jair Bolsonaro en Porto Feliz, en un encuentro donde el nuevo propietario de la plataforma comprometió su apoyo a la preservación del Amazonas gracias a Starlink, pero otras voces declaran que otro de los temas en agenda con el ex presidente brasileño habría sido asegurar minerales clave para las baterías de Tesla.
¿Qué va a pasar? Sinceramente no espero éxodos masivos de usuarios, el retorno de Trump ni un Sodoma y Gomorra digital a el corto plazo. A mediano y largo plazo, sí, caerá un peso de la noche más profundo y pesado sobre los hombros de Elon Musk: la deuda que contrajo de USD$13.000 millones — y USD$1.000 millones anuales de interés - para hacerse de un negocio aparentemente lucrativo. Ese será, probablemente, el inicio del efecto dominó: despidos de personal de áreas clave, adiós a la moderación de contenidos, incremento del contenido tóxico y una diáspora gradual de usuarios que dejarán sus cuentas inactivas o derechamente, canceladas. Digamos que ese sería el peor escenario.
El viernes, mientras escribía la primera versión de esta columna, me enteré que Elon estaba pidiendo a los ingenieros de Twitter que imprimieran el código que hubieran producido en el último mes; habría una revisión con Musk, uno-a-uno, en papel o en los computadores. Aunque parezca gracioso, eso dice mucho de cómo ve Elon a Twitter: como una máquina. Código y funciones cómo piezas que se pueden revisar, reemplazar y mejorar su performance. Para eso, necesitas buenos mecánicos, y claramente despedir al CEO, al CFO y a los líderes de políticas públicas y legal no es iniciar un proceso precisamente con el pie derecho, más si estás buscando que sea un negocio viable no sólo para ti, sino también para los avisadores a quienes les prometiste que la plataforma no sería “un infierno gratuito”.
Dear Twitter Advertisers
— Elon Musk (@elonmusk)
Oct 27, 2022
Pero la verdad es que Twitter, como plataforma y empresa, es hace al menos un lustro un paseo gratuito al infierno: sus usuarios viven odiándose entre sí, pero al mismo tiempo les resulta imposible salirse… Si no estás dando la cara, tienes una cuenta anónima; si no tienes una cuenta anónima, lurkeas. A pesar que ver a diario a los paladines de la “libre expresión” convertirse en personajes de la "plaza pública digital" (que de plaza y pública tiene sólo el nombre) sea la peor parte del día de muchos, por alguna razón no puedes dejar de estar ahí, aunque quieras — los quote tweets, el algoritmo de recomendación de Twitter y los medios buscan que consumas su contenido para que lo pases aún más mal, sin importar si es generado por personas o bots con intereses creados. Al final del día, estamos en las redes sociales que usamos porque también los demás están ahí.
La verdad, no me importa si crees que Elon es un puto genio, que se metió en las patas de los caballos, que es el dios de las shitcoins, o simplemente un megalómano; el hecho es uno solo: el hombre más rico del mundo por fin tiene el juguete que dijo que quería todo el tiempo. Y ahora veremos todos juntos, en tiempo real, si su utopía sobre la libertad de expresión tiene algún sentido; ni él, ni tú, ni yo podemos escapar de un eventual fracaso porque ahora está atrapado aquí, con todos nosotros y con muchísimo dinero y más sobre la mesa que perder.